viernes, 27 de julio de 2012

Big Joe




Esta es una historia de camioneros. De camioneros y de autoestopistas. Hay historias parecidas en Alabama, en Missouri, en Tennessee… Esta se desarrolla en algún pueblo perdido, en Carolina del Norte. Tiene varias versiones, y una de ellas la cuenta Tom Waits en una de sus canciones.

La historia se desarrolla en una noche. Una noche horrible, en medio de una tormenta, una tempestad imponente. Y con un caminante, un autoestopista, que trata de encontrar algún alma caritativa que le lleve hasta el siguiente pueblo y encontrar algún sitio donde tomar algo caliente y descansar…

…y, finalmente, aparece. En forma de un camión plateado, que ve a nuestro autoestopista calado hasta los huesos y se ofrece a llevarle, le invita a subir. El camionero resulta llamarse así, Big Joe

…y acompaña a nuestro protagonista hasta el siguiente pueblo, ubicado junto a un río, al otro lado de un estrecho puente que cruza la carretera. Para junto a un hotel. Y aún le da a nuestro protagonista una moneda, un dólar, para que, al menos, cene algo caliente esa noche. Eso sí: con el ruego de decir en el local que ha sido Big Joe quien le ha llevado. Con eso, le dice, quizá hasta le permitan alojarse gratis…

…y eso es exactamente lo que ocurre… Cuando nuestro hombre entra en el bar del hotel y dice que ha sido Big Joe quien le ha llevado, de repente, se hace un silencio sepulcral. Nuestro hombre se asusta: ¡qué habrá dicho! Pero rápidamente, le sirven algo caliente, un plato de sopa, y le tranquilizan. Y le cuentan la historia de Big Joe. Simplemente, nuestro hombre ha visto un fantasma…

…el de un hombre que, tiempo atrás, en una noche parecida, y justo cuando iba a cruzar ese mismo puente, vio que venía de frente otro vehículo, un autobús lleno de pasajeros, pero sin control…

…así que, sin dudarlo, optó por girar el volante de su camión y arrojarse al río. Murió. Y con ello salvó, quizá, a decenas de personas…

…y desde entonces, en noches como aquella, siempre acaba por entrar en el bar del hotel alguna persona, un autoestopista, con una moneda de un dólar en la mano, y contando que quien le ha llevado hasta allí ha sido él: Big Joe

La historia, en sí, es muy, muy bonita. Seguramente, está claro, es una invención. Pero es bonita. A veces, y para algunas personas, es muy reconfortante pensar que hay algo, una fuerza más allá de nosotros, que nos cuida y que nos protege. A quien, en definitiva, le importamos.

El problema es creer que somos nosotros, nosotros mismos, esa fuerza. Creer que somos Big Joe. Y que tenemos que salvar al mundo. Es lo que, muchas veces, me pasa a mí, a este Ignacio Bona del blog; y se me debe notar mucho porque una amiga me decía, hace bien poco, que tenía que darme una mala noticia: que el mundo iba a seguir girando aunque yo ya no estuviera en él. Ella, naturalmente, tiene razón…

…pero el hecho es que, por alguna razón que desconozco, muchas veces quiero ganar el cariño y la aprobación de los demás a toda costa, haciendo lo que sea, cueste lo que cueste… Curiosamente, hasta el fondo de pantalla de mi ordenador dice eso: cogí un fotograma de una película en la que se ve el vestuario de un equipo de football y al fondo, en inglés, un cartel con la leyenda: “Whatever it takes” (“cueste lo que cueste”)…

…y eso es porque me doy demasiada importancia a mí mismo. No veo el mundo girando sin mí… Don Juan, el viejo brujo indio que instruía a Carlos Castaneda en las artes del chamanismo, para forzarle a perder la importancia personal, la tendencia a creerse el centro del Universo, le hacía estar horas y horas hablándole a alguna plantita, una cualquiera, una muy pequeñita, la primera que se tropezaran en alguno de sus paseos por el desierto de Sonora…

…pero esa, desde luego, es otra historia…

…el problema de Ignacio Bona es que casi nunca se acuerda de su plantita. Lo único que quiere es salvar al mundo. Subirse a su camión fantasma y recoger autoestopistas…

…intentando siempre, siempre, ganarse a los demás. Corriendo riesgos tremendos, sacrificando la posición en la empresa, la pareja, todo… Incluso este mismo blog. No deja de ser un reflejo de eso mismo. Podría escribirlo para mí, y me serviría igualmente de terapia. Pero he preferido desde el principio que alguien lo lea; y, más allá de eso, que le guste, que le atrape, que me haga sentir, otra vez, querido y admirado… Hacerme sentir que vuelvo a ser Big Joe y este blog es mi camión fantasma…

…y es que no hay una entrada de este blog, ni una sola, que no la haya escrito inspirada por alguien, pensando en alguien, tratando de agradar a alguien… Por eso, Silvia, salen, salían hasta ahora, tantos personajes, tú misma, y por eso estaban las dedicatorias. Este mismo párrafo está escrito para ti. Espero que no te importe. No lo puedo evitar.

En el fondo, supongo que todo esto nos ocurre, en mayor o menor medida,  a todos… Porque todos, de alguna manera, nos resistimos a la idea de que algún día, no muy lejano, ya no estaremos, no existiremos. Queremos ser importantes, amados y recordados, hacer algo que perdure, vencer la barrera de la muerte. Como Big Joe

…pero no te preocupes, Silvia, que no quiero terminar de un modo tan dramático. Acuérdate de que estoy tratando de reescribir mi personaje… Así que me bajo de camión fantasma y, simplemente, dejo que las cosas sucedan. Sin forzarlas. Sin esperar nada a cambio. Por el sólo placer de hacerlas. Como escribir este blog


Zaragoza, julio de 2012.
Para todos los que, alguna vez, hemos querido ser como Big Joe.
…y para ella, en el primer día, ojalá, del resto de su vida profesional.

domingo, 1 de julio de 2012

Lágrimas de chocolate



…sucedió cuando aún no sabía nada sobre las mujeres. O, mejor, habrá que decir menos que nada, porque esa sigue siendo una de mis grandes asignaturas pendientes… Bueno, lo sería casi para cualquiera... Y, sí, de eso también hablaba el dichoso papelito de Ommael…

…y es que hubo un tiempo, en realidad no ha pasado tanto, en que contemplaba el universo femenino casi desde un telescopio... Me parecía estar a años luz de la posibilidad de interesarle, de verdad, a una chica. Había tenido mis escarceos… Pero de las chicas que realmente me habían gustado, nada de nada…

…durante mucho, mucho tiempo, estuvo Isabel. Pero, igual: un amor platónico. Como contemplar un planeta, o una galaxia lejana. Para un chico tan miedoso como yo, quedarse clavado en ese sentimiento era una solución perfecta…

…y eso que hubo un momento en que parecía que podría producirse un milagro… Primero, después de años sin saber de ella, recuperé el contacto. Con una carta, por supuesto. Muy bonita. Seguramente el borrador estará en el cajón de mis recuerdos especiales de Torrero. Esas cosas nunca se tiran…

…y luego aún compartimos un tiempo de amistad, varios años, quizá. No lo recuerdo muy bien… Lo que sí recuerdo, como si fuera ayer, es un momento mágico con ella. De esos que no se olvidan. Un día cualquiera de uno de aquellos veranos. Un café en su casa aprovechando que no estaban sus padres… En el blog de otra persona, esta pequeña historia habría acabado de una manera muy distinta…

…pero, en el mío, la magia no estuvo ni en darle el primer beso (ojalá hubiera ocurrido) ni en hacerle el amor… La magia estuvo en que, no sé por qué, tuve el impulso irresistible de regalarle un libro. Entonces acababa de leer a Anthony de Mello, el místico-jesuita indio represaliado por el Vaticano después de muerto…

…y le compré el libro y se lo regalé…

…aunque lo curioso es que ella había tenido exactamente el mismo impulso irresistible, acababa de leer Cien años de soledad, de García Márquez e, igualmente, me lo compró y me lo regaló…

…¿Sheldrake otra vez? Quizá…

…para mí, fue un momento inolvidable, sublime. Mágico. Pero, lamentablemente, pronto se vio que nuestro amor era imposible. A Isabel no le gustó Anthony de Mello. Y a mí no me gustó Cien años de soledad. Acabé de José Arcadio Buendía hasta el gorro. Nunca he podido con García Márquez…

Así que nunca acabamos juntos. Es más: acabamos enfadados. Hubo un malentendido, ella se enfadó conmigo… Estuve años sin hablar con ella. Hasta que un día la vi en la tele. De presentadora-colaboradora de un programa. Y escribí a la emisora. Otra vez una carta, bueno, un e-mail. Ahora hablamos de vez en cuando. Muy de vez en cuando. Pero ya no es lo mismo. O, mejor, yo ya no soy el mismo. Y, seguramente, ella tampoco…

Pero este post no pretendía hablar de Isabel. Mis lágrimas de chocolate no fueron por ella. Fueron por Juliana…

…cuando conocí a Juliana, por supuesto, seguía sin haber aprendido nada sobre las mujeres. La conocí por necesidad: yo buscaba compartir un piso en Barcelona. Estaba a punto de empezar mi segunda etapa de trabajo allá. Y Juliana buscaba lo mismo: alguien con quien compartir piso y gastos. Ella ya tenía el piso: un apartamento muy bonito, quizá algo pequeño, pero luminoso y muy cómodo. En pleno barrio de Sants. Detrás de la Plaça del Centre…

…y es que elegí a Juliana porque me gustó. Se me ocurrió la idea peregrina de buscar deliberadamente alguna chica que buscara compartir su piso con un chico. Precisamente con un chico. La Generalitat catalana tenía entonces un servicio, una base de datos, que permitía hacer ese tipo de búsquedas. Una tentación demasiado irresistible para alguien como yo…

…y me decidí. Conocí por ese medio varias personas, varias chicas… Sorprendentemente, podía elegir… Y la elegí a ella…

…naturalmente, porque me enamoré de su mirada. De su acento argentino… Y de su preciosa, extraordinaria, historia personal. Aunque lo verdaderamente bonito era oírsela contar a ella…

Estuve con Juliana casi un año. Fue una experiencia muy interesante, llena de pequeños matices. Pero difícil. Agridulce. Ella no me lo puso nada fácil. Pero, a cambio, me regaló una lección muy valiosa sobre las relaciones…

…y es que, desde el principio, quise agradar, fuera como fuera, a aquella mujer. Quise convertirme en su perfecto compañero de piso. Quise que no le faltara de nada. Ser una pequeña ayuda en una vida, la suya, demasiado ajetreada, extenuante, por haber elegido una carrera difícil y, encima, tener que compaginarla con el trabajo…

…ni siquiera permitía que se ocupara de la limpieza del piso. Total, se hacía en un volado…

La convivencia siempre fue muy fácil, muy correcta… Pero, lamentablemente para mis ilusiones, nunca se convirtió en una amistad. Tuvimos nuestros momentos, nuestras conversaciones, nuestras pequeñas confidencias… Pero Juliana no estaba a gusto conmigo. Para ella era incómodo convivir con alguien con la expectativa de algo más que compartir el piso…

…y, además, estaba rehén de la situación: dado que realmente necesitaba ayuda, y que quizá era demasiado orgullosa para pedirla…

Juliana me enseñó muchas cosas, muchas. A pesar de no haberla enamorado y, muy al contrario, haber provocado una cierta frialdad y distancia. O precisamente por eso. Me hizo cuestionarme muchas cosas: me hizo verme a mí mismo ridículo, sin un átomo de autoestima, forzado a hacer cosas desesperadas para captar la atención de alguien como ella…

…como aquella vez que les cedí mi habitación a sus padres, que estuvieron dos semanas visitándola en Barcelona, para que no gastaran tanto dinero…

…cuando, en realidad, lo que hubiera necesitado hacer para enamorarla era muy sencillo: nada. De haber tenido que surgir, habría surgido solo. Lo sé ahora, aun cuando sigo sin saber casi nada de las mujeres: habría bastado con no tener esa ansiedad por estar con ella. Simplemente habiendo sido un chico normal, el vecino de su cuarto de al lado… y habría sido ella la que habría tenido la curiosidad por conocerme…

Aquel período de mi vida, aquellos días con Juliana, también me enseñó otra cosa, importante, sobre mí mismo: aunque sigo enfermo de falta de autoestima y, en ocasiones, bueno, casi todo el tiempo, parece que miro a todas las mujeres…

…en realidad, a las que he querido de verdad y por las que he perdido el sentido, han sido aquellas que, de un modo u otro, han sufrido en la vida y no lo han tenido fácil, y se han rehecho y han sabido salir adelante…Mujeres fuertes, valientes… Con el valor que, seguramente, pienso que me falta a mí…

…y han sido muy, muy pocas…

…como Juliana. A la que no he vuelto a ver, ni siquiera hablar, ni cruzar un mensaje, desde que salí del piso que compartíamos juntos, en Sants.

¿Mis “lágrimas de chocolate”? El título de una carta. Otra carta, otra vez, muy bonita. Durísima, para mí, de leer. Era para Juliana, mi carta de despedida, la que le esperaba en su casa justo el día que me marchaba. Le decía algo muy sencillo: que la quería. Aunque era consciente de que, probablemente, ya no la volvería a ver…

…y que, desde aquel día, ya no tendría helado de chocolate esperándole en la nevera. Porque yo sabía que le encantaba y, siempre que hacía la compra, siempre, le llevaba su helado de chocolate…

A pesar de todo, me encanta poder decir estas cosas. Y me encanta haber querido en esta vida, aunque a veces no haya sido correspondido. Mi tía Asunción, de Málaga, con esa gracia que tienen los andaluces, lo habría dicho de un modo muy sencillo: eso es que no era la tuya

…pues no, no era la mía. O sí, pero no supe hacerla mía…

¿La foto de cabecera? El Parque del Agua, en Zaragoza. Parte del trabajo de Juliana. Tan especial como lo era ella…

…ahora, Juliana, ya no tendrás más helado de chocolate de tu vecino de cuarto esperándote en el congelador. Mis lágrimas de chocolate. Pidiéndote, suplicándote, un poquito de tu precioso tiempo. Simplemente un poquito de tu precioso tiempo. Lo que probablemente no vuelva a tener nunca más…


Zaragoza, julio de 2012.
Para Isabel y para Juliana. Y para todas aquellas personas a quienes hemos querido, de verdad, en esta vida.