viernes, 18 de mayo de 2012

Pamplona




Hay quienes tardamos en aprender algunas cosas importantes en la vida… O igual hasta no las aprendemos nunca. No sé si es algo que sólo afecta a los de Torrero que no nacimos en Torrero. Puede ser…

…me pegué casi cuatro años en Barcelona, en dos épocas distintas, separadas por bien poco tiempo. Cuando ahora hablo de todo aquello, parece que lo hago en catalán, de la emoción con que lo hago. Si le preguntas a alguno de los amigos más recientes, a cualquiera de los barbacoeros, o los gamesinos, o los de la salsa, o los de Tudela, a cualquiera que se haya cruzado en mi vida recientemente, te dirá lo a gusto que estuve en Barcelona y lo mucho que significó para mí. Porque yo se lo he contado. Y, sin embargo…

…sin embargo, en aquella época, echaba pestes de todo aquello. Volvía a Zaragoza prácticamente todos los fines de semana. Y del catalán, ¡por Dios! A todo el que me preguntaba, le contestaba que por supuesto no hablaba una palabra, y que nunca lo hablaría. Y me divertía fastidiando con eso… A mi amigo Alfredo, por ejemplo (qué tarde la de aquel día cuando paramos la línea del Almera Tino por el dichoso suministro de ruedas), que jamás consentí en llamarle Alfred, en catalán…

Hay que joderse… La pura verdad es que, si hay algo que envidio en esta vida, es la capacidad de expresarse en otra lengua. Lo cual incluye, por supuesto, al catalán. Me encanta la sonoridad que tiene, algunos de esos fonemas imposibles en español, esa endiablada “ll” que hacen sonar ellos en medio de algunas palabras, como Collblanc, el barrio de l’Hospitalet que quedaba al otro lado de mi primera casa compartida en Barcelona, en Les Corts…

…así que me habría encantado aprenderlo. Pero se pasó la oportunidad. Me inventé un personaje que odiaba el catalán, y seguí la representación hasta el final, hasta sus últimas consecuencias. De lo poco que reconozco que tengo habilidad: soy un actor cojonudo. Un maestro en aparentar lo que no soy y decir lo que no pienso…

…y alguien me podrá decir que, bueno, que quizá empleé mi tiempo en otras cosas, cosas más interesantes. No sé si lo fueron. Lo que sí sé es que apenas puedo recordar cuáles fueron esas cosas. Y que esto no lo puedo escribir en catalán, porque no sé…

…y lo más importante, la razón de la emoción que siento hoy al hablar de aquella época: mucho quejarme de tener que vivir en la ciudad canalla, como llamaba yo a Barcelona… pero allí fue donde conocí a alguno de mis grandes amigos, de las personas que han marcado mi vida. Donde me enamoré de María José y de sus ojos azules como el mediterráneo… Donde compartí piso, discutí y viví una experiencia inolvidable con Juliana, la arquitecta argentina... Donde conocí a Andrea, mio fratello, mi hermano italiano, y a Manolo, Javi, Carlos…

Hoy ha pasado mucho tiempo… O quizá no tanto, pero parece un siglo. De camino acá, llegaron otras cosas a mi vida. Llegó María José, la otra María José, la que me quiso. Y llegó Pamplona…

… y a Pamplona, como decía al principio, le dediqué mi fabulosa capacidad de cometer exactamente los mismos errores una y otra vez. Le dediqué mi mejor hostilidad: a mis ojos, era la ciudad más pequeña, fea, fría y de gente más estirada que había conocido en mi vida. Y, aprovechando que no llegué solo, porque llegué con mi María José, y que aparentemente no necesitaba a nadie más, ni siquiera nos molestamos en vivir en ella... Vivimos en el campo, en Legarda, al pie de la sierra del Perdón. Ni yo ni María José trabajábamos en Pamplona. Y por supuesto, la duda ofende, volvíamos a Zaragoza cada fin de semana. Pamplona era la nueva ciudad canalla

… y, naturalmente, sucedió. A nuestra hostilidad, o mejor, mi hostilidad, Pamplona nos devolvió la oportunidad de conocer un puñado de personas inolvidables, de esas que uno espera que sigan formando parte de tu vida para siempre. Es más, es una lista tan larga que tratar de no olvidar a nadie haría este post insoportable... Quizá, por resumir todo ese sentimiento en una sola persona, nombraría a Diego, nuestro casero de Legarda. No sólo se desvivió por hacernos estar a gusto durante todo el tiempo que ocupamos su casa… sino que también nos regaló la oportunidad de usar su casa de Palma de Mallorca por simple amistad, en unas de las vacaciones más maravillosas de nuestras vidas…

…y Pamplona me regaló muchas otras cosas. En particular, me regaló un trabajo, y no uno cualquiera, sino uno especial, que ha llenado y sigue llenando mi vida. Como para no estarle agradecido…

…pero sigo empeñado en mi personaje, ese que se muere de la envidia y no reconoce los méritos, al menos, de las ciudades en que vive. Mis amigos barbacoeros ya lo saben; por eso, a la página del Facebook que hicieron para mí, no cabía elegirle otra contraseña: Pamplona…

…lo que no sabían es que “Pamplona” no sólo es la primera contraseña de mi Facebook… es la contraseña de mi vida entera… El resumen de todas mis contradicciones, mis miedos, mis frustraciones y mis aspiraciones… Si me forzara a tener que elegir una imagen del mundo, una sola, sin duda elegiría la visión que se tiene del valle sobre la cima del Perdón…

…justo ese punto al que, para llegar desde Zaragoza, casi forzosamente hay que pasar por Pamplona… Siempre Pamplona…


Zaragoza, mayo de 2012.
Para todos mis amigos pamplonicas y, por extensión, navarros.
Para Andrea Montepaone, mio fratello, mi hermano italiano.
Y para Diego Rodríguez, mi entrañable ex-casero.

1 comentario:

  1. Me dejas sin palabras con tu nuevo post... Te descubres y lo que se vislumbra es grande, honesto y valiente. Por si acaso, lo escribo en pequeño, no sea que tu personaje no te deje leerlo...

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