sábado, 16 de junio de 2012

Maestro





Conocí a Don Carlos hará ahora unos quince años; más o menos cuando mi padre entró en júbilo, esto es, jubilado. Los últimos años de actividad de mi padre fueron nefastos, en muchos aspectos… Así que a él le encaja perfectamente la expresión: fue un alivio saber que, tras cuarenta y tantos años trabajados, y después de una grave enfermedad, podía disfrutar de su bien merecida pensión sin necesidad de seguir trabajando más… Por eso lo del júbilo

En cuanto a Don Carlos, él siempre será eso, Don Carlos. Lo será en el recuerdo, el recuerdo emocionado, porque es otra de esas personas que ya no podrá leer su post dedicado…

Mucho antes de entrar a formar parte de mi vida, Don Carlos entró a formar parte de la de mi padre. Y es que lo de los cuarenta y tantos años trabajados que decía antes no es broma: mi padre entró a trabajar a los quince años, de aprendiz en una fundición. Y no en una cualquiera, sino en una de las más reconocidas de Zaragoza, Maquinista y Fundiciones del Ebro…

…que fue fundada a principios de siglo por la familia Bressel…

(…uno de los fundadores, director de la fundición cuando trabajaba mi padre, Arturo Bressel, murió en los años setenta… La muerte de este señor no tiene ninguna gracia, por supuesto. Pero mi abuela, la madre de mi padre, que era muy despistada, cuando se enteró de la noticia, pensaba que cualquier ciudadano de Zaragoza estaría enterado y consternado… Así que al primer vecino con el que se cruzó, en el ascensor, no se le ocurrió otra cosa que espetarle: “¿sabe Vd. que se ha muerto Bressel?” ante la cara de estupefacción del pobre hombre… Aún hoy nos partimos de risa, en todas las celebraciones familiares, recordando ésta y otras ocurrencias de la abuela…)

Total: que mi padre entró en pantalón corto, como quien dice, en la fundición, y salió como hombre hecho y derecho. Con el título de Maestro Industrial en el bolsillo. Y un montón de peripecias vividas. Que quizá den para alguna otra entrada de este blog

…pero si mi padre salió como Maestro, Maestro Industrial, se lo debió a otro maestro: Don Carlos. Éste, un maestro de verdad, de vocación. De carrera. Llegado de rebote a ejercer como maestro dentro de una empresa, llevando la escuela de aprendices, el precedente de lo que hoy sería la Formación Profesional (o como demonios se llame hoy en día)…

…y dedicado en cuerpo y alma no sólo a formar profesionales: sino a construir personas.

La vida le llevó de rebote, como decía, a no poder ejercer como docente en ninguna escuela pública… Y todo porque en la lotería fatídica del 18 de julio le tocó vestir el uniforme equivocado del bando equivocado en el sitio equivocado…

…todo equivocado…

…menos su vocación. Hasta en las situaciones más kafkianas del frente se las ingenió para ayudar a sus compañeros de armas y enseñarles a leer y escribir…

…y, lo más importante: a sobrevivir. A pesar de las penalidades, las largas caminatas, el hambre, el frío insoportable en invierno, el calor y los insectos en verano…

…y lo peor: la abominable realidad, en uno y otro bando, de la crueldad, la represión y los crímenes sin sentido.

Yo supe de todo esto porque él me lo contó. Me fascinaba escuchar sus historias; sus historias de juventud, las caminatas junto a su padre, que era Guarda de Frontera, por todo el Pirineo; sus historias de la guerra, la guerra incivil, más palizas y más caminatas, toda la grandeza y la miseria del ser humano concentrada en un palmo de la historia; y, por supuesto, sus historias como maestro de aprendices en Maquinista (que es como los veteranos llamaban a la antigua MFE)…

…hay quien llamará a esto “batallitas”… Pero a mí esas batallitas me encantaban…

Mi padre, y muchos otros compañeros de su generación, le deben mucho, muchísimo, a Don Carlos… Y la última de sus proezas como maestro fue reunir, después de cincuenta años, a todos sus antiguos alumnos, los antiguos aprendices de Maquinista, ya jubilados, todos los primeros jueves de cada mes… Simplemente, por el placer de reencontrarse, charlar, enorgullecerse de todos los hijos y los nietos… Y recordar. Toda una vida llena de recuerdos…

…y, aunque Don Carlos nos dejó, hará ahora unos tres años, sus discípulos se siguen reuniendo, puntualmente, el primer jueves de cada mes…

Mi mejor recuerdo de Don Carlos son las navidades de hace unos años, serían las del 2006, ó 2007… Porque las pasó con nosotros. Hicimos una gran comida de Navidad, reunida mi familia, la de mi Mª José y… Don Carlos. Y es que, como maestro de raza, consiguió inculcar el afán por aprender, y por estudiar, a cada uno de sus cuatro hijos… Y el destino caprichoso hizo que todos fueran a la Universidad, que todos tuvieran una fructífera carrera profesional, pero fuera de España… Y que ese año, en que Don Carlos ya había quedado viudo, todos estuvieran fuera el día de Navidad…

…pero a Don Carlos nunca le faltó una casa en la que quedarse. Y menos el día de Navidad…

…y, aunque le echo mucho de menos, y me habría encantado invitarle a una barbacoa en mi nueva casa de Valdefierro, sé que una parte de él no se irá nunca. Me acompañará siempre.
  

Zaragoza, junio de 2012.
A Don Carlos Lafuente Benito, in memoriam.
A Marta, mi maestra favorita, a Virginia, que se gana la vida explicando… y a todos los maestros que han marcado, en positivo, nuestras vidas.

1 comentario:

  1. Yo que he tenido la oportunidad de conocer a Don Carlos, se me ha puesto el pelo de punta. Es curioso que algún día tengo pensamientos para él, sobre todo cuando alguien menciona el 4 de Agosto...

    ResponderEliminar