Conocí
a Don Carlos hará ahora unos quince años; más o menos cuando mi padre entró en júbilo, esto es, jubilado. Los
últimos años de actividad de mi padre fueron nefastos, en muchos aspectos… Así
que a él le encaja perfectamente la expresión: fue un alivio saber que, tras
cuarenta y tantos años trabajados, y después de una grave enfermedad, podía
disfrutar de su bien merecida pensión sin necesidad de seguir trabajando más…
Por eso lo del júbilo…
En
cuanto a Don Carlos, él siempre será eso, Don
Carlos. Lo será en el recuerdo, el recuerdo emocionado, porque es otra de
esas personas que ya no podrá leer su post
dedicado…
Mucho
antes de entrar a formar parte de mi vida, Don Carlos entró a formar parte de
la de mi padre. Y es que lo de los cuarenta y tantos años trabajados que decía
antes no es broma: mi padre entró a trabajar a los quince años, de aprendiz en
una fundición. Y no en una cualquiera, sino en una de las más reconocidas de
Zaragoza, Maquinista y Fundiciones del Ebro…
…que
fue fundada a principios de siglo por la familia Bressel…
(…uno
de los fundadores, director de la fundición cuando trabajaba mi padre, Arturo
Bressel, murió en los años setenta… La muerte de este señor no tiene ninguna
gracia, por supuesto. Pero mi abuela, la madre de mi padre, que era muy
despistada, cuando se enteró de la noticia, pensaba que cualquier ciudadano de Zaragoza estaría enterado y consternado… Así
que al primer vecino con el que se cruzó, en el ascensor, no se le ocurrió otra
cosa que espetarle: “¿sabe Vd. que se ha muerto Bressel?” ante la cara de
estupefacción del pobre hombre… Aún hoy nos partimos de risa, en todas las
celebraciones familiares, recordando ésta y otras ocurrencias de la abuela…)
Total:
que mi padre entró en pantalón corto, como quien dice, en la fundición, y salió
como hombre hecho y derecho. Con el
título de Maestro Industrial en el bolsillo. Y un montón de peripecias vividas.
Que quizá den para alguna otra entrada de este blog…
…pero
si mi padre salió como Maestro, Maestro Industrial, se lo debió a otro maestro:
Don Carlos. Éste, un maestro de verdad, de vocación. De carrera. Llegado de rebote a ejercer como maestro dentro
de una empresa, llevando la escuela de aprendices, el precedente de lo que hoy
sería la Formación Profesional (o como demonios se llame hoy en día)…
…y
dedicado en cuerpo y alma no sólo a formar profesionales: sino a construir
personas.
La
vida le llevó de rebote, como decía, a no poder ejercer como docente en ninguna
escuela pública… Y todo porque en la lotería fatídica del 18 de julio le tocó
vestir el uniforme equivocado del bando equivocado en el sitio equivocado…
…todo
equivocado…
…menos
su vocación. Hasta en las situaciones más kafkianas
del frente se las ingenió para ayudar a sus compañeros de armas y enseñarles a
leer y escribir…
…y,
lo más importante: a sobrevivir. A pesar de las penalidades, las largas
caminatas, el hambre, el frío insoportable en invierno, el calor y los insectos
en verano…
…y
lo peor: la abominable realidad, en uno y otro bando, de la crueldad, la
represión y los crímenes sin sentido.
Yo
supe de todo esto porque él me lo contó. Me fascinaba escuchar sus historias;
sus historias de juventud, las caminatas junto a su padre, que era Guarda de
Frontera, por todo el Pirineo; sus historias de la guerra, la guerra incivil, más palizas y más caminatas,
toda la grandeza y la miseria del ser humano concentrada en un palmo de la
historia; y, por supuesto, sus historias como maestro de aprendices en Maquinista (que es como los veteranos
llamaban a la antigua MFE)…
…hay
quien llamará a esto “batallitas”… Pero a mí esas batallitas me encantaban…
Mi
padre, y muchos otros compañeros de su generación, le deben mucho, muchísimo, a
Don Carlos… Y la última de sus proezas como maestro fue reunir, después de cincuenta
años, a todos sus antiguos alumnos, los antiguos aprendices de Maquinista, ya jubilados, todos los
primeros jueves de cada mes… Simplemente, por el placer de reencontrarse,
charlar, enorgullecerse de todos los hijos y los nietos… Y recordar. Toda una
vida llena de recuerdos…
…y,
aunque Don Carlos nos dejó, hará ahora unos tres años, sus discípulos se siguen
reuniendo, puntualmente, el primer jueves de cada mes…
Mi
mejor recuerdo de Don Carlos son las navidades de hace unos años, serían las
del 2006, ó 2007… Porque las pasó con nosotros. Hicimos una gran comida de
Navidad, reunida mi familia, la de mi Mª José y… Don Carlos. Y es que, como
maestro de raza, consiguió inculcar
el afán por aprender, y por estudiar, a cada uno de sus cuatro hijos… Y el destino
caprichoso hizo que todos fueran a la Universidad, que todos tuvieran una
fructífera carrera profesional, pero fuera de España… Y que ese año, en que Don
Carlos ya había quedado viudo, todos estuvieran fuera el día de Navidad…
…pero
a Don Carlos nunca le faltó una casa en la que quedarse. Y menos el día de
Navidad…
…y,
aunque le echo mucho de menos, y me habría encantado invitarle a una barbacoa
en mi nueva casa de Valdefierro, sé que una parte de él no se irá nunca. Me
acompañará siempre.
Zaragoza,
junio de 2012.
A
Don Carlos Lafuente Benito, in memoriam.
A
Marta, mi maestra favorita, a Virginia, que se gana la vida explicando… y a
todos los maestros que han marcado, en positivo, nuestras vidas.
Yo que he tenido la oportunidad de conocer a Don Carlos, se me ha puesto el pelo de punta. Es curioso que algún día tengo pensamientos para él, sobre todo cuando alguien menciona el 4 de Agosto...
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